Manimahesh

El sol despertaba sobre el Kailash, la gran pirámide de roca y glaciar. Nubes difuminadas, cual hilos de algodón, la abrazan y la rinden pleitesía. A sus pies, el cambiante espejo de colores de un lago que refleja su rostro. Los peregrinos se sumergen por unos instantes en sus aguas, a sentir el poder del sagrado elemento que hace temblar. Una agrupación de banderas de colores intensos. Girnaldas brillantes y perfumadas. Grandes tridentes clavados en la orilla que los niños sortean mientras corren y chapotean. Sus gritos y alegrías se unen a las plegarias de los recién llegados al santuario. Voces que claman "¡Jai Bolé, Jai Bolenath!"  ¡Oh, Dios que habitas la cumbre sagrada, inasible a los mortales!

Un grupo de mujeres con una gran olla a cuestas reparten prashad (comida bendecida). 

Los obreros nepalíes yacen vencidos por el sueño. La pala apoyada y ociosa, sobre el murillo de piedra que circunvala al lago. Sus sueños, transportados por lentas ondulaciones a merced de la brisa, se impregnan de colores, antes de que la súbita orden los devuelva al trabajo.

Poco a poco, la niebla se va retirando, desvelando en toda su magnificencia la mítica cumbre. Los peregrinos se levantan al unísono en señal de respeto, la mirada atónita y las manos juntas en devoción. Luego empiezan las palmas y los cánticos cobran fervor. Homenajean al diamante Manimahesh, emisor de la Luz impoluta, la guarida invernal de Shiva.

Rakesh Baba

Me desperté al calor del fuego. Un gran tronco se consumía lentamente ante mí, exhalando el dulce incienso del cedro de Himalaya. Desde su altillo, el excéntrico personaje me observaba, dándome los buenos días. Apenas empezaba a recordar el reencuentro nocturno con el sadhu artista ... el medio litro de coñak que adquirió en la siempre denostada tienda de licores, la invitación de la cena en la taberna de la familia nepalí, la fingida pelea con el borracho, el inmenso respeto que los aldeanos granjeaban al sadhu, la negativa de los mismos a cobrarle. Su talante altivo ante los demás sadhus, el orgullo manifiesto de quien se sabe diferente ...

Recuerdo sus comentarios, un tanto lacónicos, de que la vida en sociedad solo era una cuestión de "pasar el tiempo" y que apenas debía de comprometer nuestro estado. También habló de los mundos tan distintos en que moran el ciudadano común y el místico. El primero se identificaba con una bandera, profesión o casta, símbolos ante los cuales el segundo solo podía sentir indiferencia.

Prosiguió con unas orientaciones generales para el desempeño de las necesidades más básicas: me mostró unos peldaños excavados en la tierra que llevaban a la parte trasera del chamizo de cemento y latón que nos cobijaba. Al final de los mismos un par de botellas de agua y un agujero en la tierra. Vuelta a nuestros aposentos. La ubicación del agua para apagar la sed y el lugar donde tenderse para el sueño. Luego se salió a un balconcito improvisado de tablas que daba hacia la calle y empezó a orinar con el ánimo alegre y desenfadado.

Después, unas cuantas advertencias sobre las excentricidades propias de un creador: costumbre de hablar consigo mismo en alto, ensoñaciones repentinas que abstraen su atención y deseos de no ser importunado durante los momentos de inspiración.

Aún no se si por simple provocación, desafío o guasa, me instó a sentarme en el altillo, en frente del fuego, donde suelen los sadhus esperar a los peregrinos para  otorgarles  sus bendiciones. Así que, en atuendos que nada tenían que ver con las telas holgadas de color azafrán con las que los Sadhus imparten sus liturgias, me puse a bendecir en el nombre de Shiva y a tiznar la frente de los transeuntes con polvo anaranjado fosforito ...

Rakesh Baba, todo un personaje. Con su vestimenta púrpura de los seguidores de Osho. Sus costumbres tan poco ortodoxas, complaciente con el alcohol y la carne. Intuyo que en su tiempo también experimentó el poder seductor femenino a juzgar por el profundo conocimiento que en sus pinturas mostraba del interior de la mujer ...

Me acordaré siempre de nuestros paseos por el Bazar de Hardar, apalancados frente a los televisores que mostraban videos musicales de Shiva. Tarareaba cada canción y la acompasaba con su cuerpo encorvado. Me acordaré de cómo a la luz de la luna, raspaba con su paleta el cemento de la parte trasera de la caja de donativos, desencajando el ladrillo y contando ilusionado su pequeño tesoro que le daba para un par de paquetes de cigarrillos sin filtro. 

Con su boina guerrillera ladeada, la poblada barba canosa siempre murmurando y la mirada perdida en su obra, Rakesh Baba, paleta en mano, trabajaba afanosamente en sus esculturas de cemento. Todas representaban a Shiva y junto a ellas escribía con toscos trazos de pintura frases que hicieran meditar al transeúnte. He aquí algunas:

"ARTIST RAKESH CREATION. INTERNATIONAL IN WILD LIFE"

"EXPECTATION IS ILLUSION"

"PEACE CALLED ONE SILENCE"

"YOU DIDN´T OBSERVE GOD. TRY TO OBSERVE"

"SAVE INDIA FROM POORNESS SHANKAR"

"THERE IS BRAIN LIGHT. NOT HEART. CAN YOU FIND OUT ...?"

" 0 + 0 = 0         FULL + NILL = SAME SHAPE "

"GOD SEND TO DO GOOD WORKS, ARE YOU DOING?"

"EVERYTHING IS EXTRAORDINARY. FEEL"

"PUT AN END TO YOUR MEMORIES WHEN YOU FAILURE"

"NO BOUNDS TO THOUGHTS, IF YOU THINK"

"ALUZINASSION IS FEARING YOU"

"SOUND MALE. POWER FEMALE. FEMALE HAVING ALL RIGHTS IN UNIVERSE"

"ONE SOUL. ONE SUPREME BETWEEN YOU"

"MATURE BRAIN IS A JUDGE. CAN CALCULATE EACH & EVERYTHING"

"LIFE  IN FRONT OF DEATH"

 

En torno a Bardia

Una escena cotidiana de la aldea de Takurdwara que nos acoge:

El lugar es un remanso de paz. Aquí todavía no ha llegado el asfalto, ni los motores, ni el turismo. Todo refulge en colores: los campos fosforescentes por la flor amarilla de la mostaza y los brotes tiernos del cereal. Azules el cielo y el escorzo de las montañas en el horizonte. Flirtean mariposas por los caminos ...

Las aldeas son todas de caña, adobe y bambú. Los senderos tan limpios que es un placer recorrerlos descalzo. Los campesinos hacen girar sus vacas para trillar el cereal. Otros lo espolvorean al viento para separar el grano de la paja, la misma que viene amontonada en carros tirados por búfalos. Algunos están ocupados en labores de carpintería, con grandes sierras transforman al gigante tronco tropical en vigas y tablas para sus hogares. Hileras de mujeres salen de la selva portando leña sobre sus cabezas. Algunos yacen dormidos sobre un montón de paja, desprendida la hoz de su mano, roncan. Allá por donde vayas te encuentras a niños descalzos correteando entre los campos, trepando por los árboles o bañándose desnudos en los ríos. Están alegres, sanos y fuertes. Los monos se persiguen unos a otros, por las ramas dando saltos. Los patos se refrescan y limpian el plumaje en los canales. Las gallinas, seguidas de una hilera de polluelos, picotean la tierra. Los puercos, atados en corto, no les queda otra que comer y sestear. Las cabras, como siempre las más osadas. Pastan en los límites de la selva, imperturbables ante las pisadas de los grandes felinos que dejaron su huella nocturna en las arenas de la ribera

(...)

El campesino cantaba una bella canción mientras su hoz grandes juncos cortaba. Al verme aparecer de súbito, calló y como si tuviera que excusarse, clamó que así mantenía alejado al rinoceronte.

Grupos de mujeres con montones de leña a la cabeza, sumergidas hasta la cintura, cruzaban de la mano el río. La corriente arrastraba.

Sólo el que desde fuera contempla es consciente de la belleza, aunque no forme parte de ella.

Encarrilados a las necesidades de la selva, el campesino alumbraba melodías y las mujeres de la mano caminaban. La ley natural se expresaba a través de la garganta de aquel hombre y apretaba las manos de aquellas mujeres. 

Ninguno de ellos pensaba la belleza de su existencia. Eran la belleza misma, sin espejos donde reflejarse. 

(...)

Los espíritus de la selva dejaban cada mañana grabadas sus huellas entre las arenas de la ribera y el barro del juncal. Allá quedaban impresas las grandes pezuñas de la rinoceronte madre que se hacía acompañar de su pequeño. Los cráteres perfectamente circulares de los elefantes, las inquietas correrías de los ciervos, las manitas casi humanas de los primates, el sello de felinos diversos y tantas otras criaturas que no alcanzábamos a reconocer. Todo este trasiego silencioso ocurría a menos de 50 metros de la choza de ramas y hojas que habíamos improvisado como refugio, cuando el sol se ocultaba tras el horizonte y las nieblas se propagaban lentamente conquistando a la noche.

A pesar de nuestros repetidos y esforzados intentos, todo este innumerable ejército de animales salvajes se las apañaba para permanecer invisible a nuestros ojos. A cada despertar obteníamos la prueba manifiesta de las huellas renovadas, irresistible acicate que nos impulsaba a adentrarnos en la selva, ansiosos por encontrar a sus autores. Pero el espíritu de la selva se cobraba nuestra impaciencia con quietud y silencio, y retornábamos al campamento sin avistar su presencia, recluídos en nuestra burbuja humana.

Callado y atento, sin embargo, uno podía intuir su presencia y, llegado el momento ... te podías sentir hasta observado.

No es que la madre Selva de su espalda al Hombre, ese raro primate antropoide. Él mismo abotarga sus sentidos con el incesante ruido de su mente inquieta.

Y en cambio, desprendido de todo querer personal, olvidado de si, uno fluía ...

Si entre las altas hierbas de la ribera, con el agua

Si entre las ramas de los árboles, con su misma savia

y entonces uno cerraba los ojos pues ya no necesitaba ver con ellos ...

y el espíritu de la selva se desvelaba en una orquesta que vibraba y latía en tu propio ser.

Entonces Sí. Asomaban los tímidos cervatillos, el blanco márfil del gigante de la selva, la anacrónica silueta del rinoceronte con su gran cuerno curvado y , rompiendo el sosiego de la tarde que muere,  ... el estremecedor rugido del Rey que reclama su dominio

(...)

 Madhya Pradesh

Desde la fortificación divisaba campos de trigo y árboles aislados grandiosos. Unos de corteza gruesa y agrietada, de ramas robustas y copa achaparrada, recordaban a los algarrobos mediterráneos. Otros presentaban la curiosa silueta desnuda de un árbol invertido que expandía sus raíces hasta el cielo y hundía su cabeza en la tierra. En forma de semilla, habían cruzado el oceano índico desde África hasta esta pequeña meseta del Deccan en las alforjas de los comerciantes árabes, hace más de cinco siglos. Su nombre rememoraba alguna leyenda de mi infancia, ¡BAOBABS en la India! ...

El calor se había ido dispersando poco a poco. La brisa incitó a bailar a los trigales. Atardecía. Bajé por las escaleras de piedra del torreón. Encontré estancias abovedadas y pasillos oscuros. Luego una galería de arcos orientales de tamaños sucesivos, a cuyo término se focalizaba la luz tibia del día que se iba. Me reencontré con Irina y sin muchas palabras, ya estábamos navegando por un mar de cereal. Picoteábamos en silencio su grano fresco. No muy lejos, bajo un grandioso baobab, un grupo de adolescentes encendían una hoguera sobre la que arrojaban las espigas del trigo recién cortadas. Nos invitaron a su vera. Nos enseñaron a desgranar el cereal tostado, frotándolo entre las palmas y dejándolo caer de una mano a otra mientras soplabas para dispersar la cáscara quemada. Uno de ellos, lanzó unas piedras a las altas ramas del árbol donde colgaban sus frutos. Al segundo intento se trajo uno para el suelo. Lo depositaron en mis manos a modo de ofrenda. Era un óvalo de verde terciopelo. Su corteza hice crujir contra una roca para descubrir unas almohadillas blancas acorchadas hiladas con filamentos bermejos (...)

Agitando las manos tiznadas nos despedimos, agradecidos y sonrientes (...)

El viejo Ghadi

Tenía 68 años. El cráneo ya casi desnudo, cubríalo con una roída bufanda. Gastaba un largo y descuidado bigote. El resto de su atuendo, una chaqueta de lana de gruesos bordados que nunca se quitaba y un pantalón de rudo algodón. Ambos maltratados por las espinas y zarzas del monte, repletos de boquetes y zurcidos.

De madrugada, se colocaba frente al rebaño. La verde rama de un arbusto agitaba y de su garganta salía algo que recordaba al graznido del cuervo. Repetía y repetía el mismo acto y lentamente, como sumidas en un trance, las ovejas se levantaban e iban hacie él. Así, hombre y rebaño inaguraban su diario peregrinaje, acompasado por balidos y cencerros.

 (...)

La naturaleza te reveló la forma de emular sus voces para encandilar a tu rebaño y asegurarte su obediencia. Con el graznido del cuervo pones a tus ovejas en marcha, con el rugido del leopardo las devuelves a su cauce.

La montaña te trajo a su vera y te quiso desnudo, desnudo de techo para que pudieras ver las estrellas, para que sólo la luna te alumbrara. Tu asiento la piedra, tu lecho de hierba y hojas. Caliente el sol o moje la tormenta, al final del día, recogido tu rebaño, te remangarás al calor del fuego, junto a la olla caliente y el tabaco. En tus noches solitarias silba el viento, crepita el fuego, borbotea la olla y tu pipa de agua. La danza de las constelaciones marcan el cambio de guardia. De muy lejos contemplas las luces del valle, sus vías asfaltadas, el ajetreo de sus bazares aparecen siempre pequeños y remotos.

El campesino, un hermano que el pan te dona, ¡cuidate de que el abrigo no se mezcle con el trigo!

No habrá citas prefijadas salvo con los astros. El camino te ofrenda la sorpresa del encuentro, cuidas de los comensales que los dioses te mandan.

 Serás transparente como el agua de los manantiales en los que apagas tu sed. Nada podrás ocultar. Tus necesidades colmarás sin cortinas, ni envoltorios.

Amasarás el pan con tus propias manos. La leche resbalará caliente entre tus dedos. Tu labor será ardua, pero no penosa. Al menos sabrás de dónde viene el agua, el pan y el abrigo que llevas contigo.

Pastor del Himalaya, tantas veces tu senda por encima de las nubes, envuelto en tu manta, bastón en mano ... me pareces un Dios empobrecido. No en vano tu mirada es serena, tu paso rítmico, tranquilo ... se nota que conoces el camino.